jueves, 30 de agosto de 2018

Sobre el mundo que tengo dentro.

Pensé mucho en esto de no tener hermanos.
En las características que me faltan por eso.

Después tomé conciencia de todo lo que me habito.
Del mundo interno que me existe.
Tomé conciencia del tiempo que llevo construyéndolo.
De cómo fue que empecé.

¿Fue a los tres que me aprendí los cuentos que Pichón me contaba y arremedaba que los leía con mi dedo siguiendo el renglón y recitando lo que mi memoria había guardado? ¿O a los cuatro cuando salía al patio con una canastita colgándome del brazo, a recolectar las Bugambilias caídas del árbol; para meterlas en mi jarrita de plástico llena de agua y hacerles té a mis comensales?. ¿Más bien cuando Alex, la amiga que Pichón llamaba imaginaria (todos los amigos son imaginarios, si lo piensas bien) venía y me ayudaba a mezclar las cremas para el cutis de mi mamá o buscar las cartas de amor de mi abuelo o darles un show de magia a todos los muñecos que tenía?, Seguro también lo construí cuando escribí el cuentito de la niña que siempre se enfermaba de la garganta y nunca podía comer helado.

Y no sólo en los juegos, el mundo interno que me hice también incluye todos esos sentimientos en los que aprendí a nadar para sobrevivir, los mismos que me provocaban tantísimas preguntas que no dejaba de roer hasta yo misma contestar.

De no ser por la soledad ser la única niña en la casa no tendría todo eso que creé y en donde sigo refugiándome para retomar.

Después de todo no está nada mal.
Gracias entonces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario