martes, 17 de febrero de 2015

Sobre el movimiento

Esta incapacidad de dejarte ir, tiene que ver más con mi tendencia al conflicto y sentirme amada a través de la humillación, las peleas, las chinches, el abandono, la ausencia, la carencia y el sexo mecánico que con un dolor real de terminar con este vínculo.

Tiene que ver más con todo lo que imaginé sobre ti y sobre mi y nuestra vida juntos que lo que realmente vi y no me gustó.

Tiene que ver más con lo que te impuse que fueras para que me rescataras de mi. Eso. Debía rescatarme de mi y de mis ganas de no amar jamás y estar conmigo hasta ahogarme en mi propia contemplación, dándole vueltas una y otra, y otra, y otra a la fantasía que tengo de mi, adulándome en público y despreciándome tácitamente. Como quien pide auxilio con una carcajada dramática.

No te dejo ir porque ni siquiera quiero aceptar que alguna vez estuviste, que me tocaste el corazón, que me limpiaste de los demás, que eres mi amor el más bonito y de esta manera reconocer la enfermedad en los anteriores. Seguramente de esto se trata de que duela pero alivie, de llenarse de  incertidumbre hasta dejar de respirar y de tener miedo hasta en las pestañas.

No te dejo ir porque sería reconocer que te hice mal, que lo arruiné. Que no supe cómo y más aterrorizante aún, que debo comenzar de nuevo. Que, aunque quisiera, esto no se acaba aquí.

 

jueves, 5 de febrero de 2015

Bailamos en pijama


5 de febrero de 2015

Voy en el Fiesta guinda con Mariel, manejando por un pueblo muy parecido a Valle de Bravo, una pareja, hombre y mujer como de unos cuarenta años, se nos acerca del lado de Mariel y la mujer nos abre la puerta y muy calmada comienza a echarnos un spray que adivino es para intoxicarnos, que nos durmamos y abusar (de alguna manera) de nosotros. Es lo último en tendencia de ataques.

Me doy cuenta y le grito a Mariel que cierre inmediatamente la puerta, acelero y doblo a la derecha, enseguida me meto a la izquierda, aprisa porque presiento que nuestros atacantes vienen atrás de nosotras, a una agencia de viajes que tiene el servicio de cochera mientras sales de viaje. El señor encargado canoso y calvo me pregunta a dónde voy a viajar. No hay tiempo para preguntas y salgo corriendo dejando el coche ahí y arrastrando a Mariel que está como drogada por el spray. A ella le hizo más efecto que a mí.

Intento correr pero todo me pesa y guiar a Mariel es más difícil así. Ubico un autobús de excursiones y le hago la parada, agito los brazos enérgicamente para que se detenga -¡Por favor, necesitamos subir! ¡Vamos a viajar con ustedes!- Se detienen y nos dejan subir, nos acomodamos en los asientos para después conocer que la excursión es a la playa. Siento alivio de que por lo menos huiremos de nuestros atacantes, aunque estoy muy preocupada por el coche. Si le pasa algo al coche, mi mamá me va a matar, se va a enojar conmigo aunque, pensándolo bien, me da más miedo que los atacantes nos encuentren.

Mariel se durmió por el spray pero yo no puedo hacerlo, debo cuidarnos. El spray me aturdió un poco pero logro mantenerme despierta todo el camino. Llegamos a la playa. Disfruto un poco, comemos con los demás y platicamos cosas. Vamos de regreso, después de darle muchas vueltas, les cuento a los del camión, entre ellos al organizador, lo que nos pasó y les hablo sobre mi miedo de llegar y que el señor de la agencia de viajes haya hecho algo contra el coche, que esté enojado o peor aún, que los atacantes me encuentren.

Llegamos, todos nos ofrecieron su ayuda y el organizador de la excursión habla con el señor de la agencia de viajes para que no esté molesto. No lo está. Entiende la situación y hasta deciden hacer una fiesta porque llegamos, porque no nos pasó nada, lo atacantes esta vez no lo logaron (normalmente los atacantes hacen cosas horribles en ese pueblo). Disfrutamos de la fiesta, bailamos en pijama y la fiesta es en una casa enorme con muchos cuartos, voy de un cuarto a otro aún nerviosa pero intentando relajarme. Se empieza a correr el rumor de que los atacantes se han enterado de que Mariel y yo ya llegamos.

Es la guerra, hay unos soldados robots limpiando de humanos el área. Detectan a los humanos por su ritmo cardiaco y sus emociones y los desintegran. Creo que puedo lograrlo y paso entre ellos. Estoy a punto de lograrlo. No detectan mis emociones porque no tengo. Les llamo la atención, se acercan a olfatearme. Me revisan minuciosamente, dejo de respirar. No lo logaré, tengo mucho miedo y necesito respirar. Me quiero reír de los nervios. Se distraen por algún ruido lejano y huyo. Corro, corro lo más rápido posible aunque mi cuerpo es muy, muy pesado.

Los atacantes han dejado de ser un hombre y una mujer como de 40 años para convertirse en 5 jóvenes atléticos, robustos, vestidos de cuero, muy violentos y enojados. Nos buscan golpeando en los barrotes de las ventanas de las casas del pueblo al estilo Naranja Mecánica, asustándonos a todos. Tengo miedo, oculto a Mariel, me oculto entre un montón de ropa en una recámara. Cambio constantemente mi escondite, pero siguen sin verme.

Todos los demás me ayudan a esconderme, me escondo en los estantes de la cocina, bajo una mesa, en un coche. Me buscan desesperadamente y cada vez más enojados. Tengo mucho miedo. Encuentro un espacio entre un piso y otro del departamento de la fiesta, justo donde están las tuberías y pienso que es el lugar ideal para ocultarme, ¡jamás me buscarán aquí! Lo hacen, pero logro ocultarme en la oscuridad. Soy cada vez más ágil. Me escondo, me escondo, me escondo. Despierto. Es tarde, estoy aturdida y tengo que bañarme para ir a trabajar.