sábado, 25 de agosto de 2012

A Carlos

Estoy empachada de información de ti, de información de mi.
Regresar el tiempo debería ser legal. Entonces iría conmigo cuando era niña a decirme que haga más preguntas de ti, que investigue más y mejor, que lea todos los directorios si es necesario, que hable de eso, que no importa que incomode a los demás, que no soy huérfana de padre, que si existes, que no te tenga miedo.
Miedo. Miedo es lo que te tengo, miedo a que sigas siendo tan pendejo, tan adorable, tan chistoso, tan amado. Miedo de enterarme que jamás pensaste en mi, que me borraste de tu memoria, a mi y a toda la familia.

Ya me di cuenta de que lo que los calló tanto tiempo fue el dolor que les dejaste, sufrieron tu partida y les prohibieron hablar de eso. Cuando el dolor no se mira de frente y a los ojos y se opta por darle la espalda, el dolor crece y crece y cada vez que crece te empuja a la horillita y ¡pum! tienes que voltearlo a ver para continuar.

Pienso también que ojalá te estés preparando para conocerme y platicar conmigo porque pronto sucederá, sucederá y voy a reclamar el cachito de mi que te quedaste.

Y cuando te tenga enfrente te voy a abrazar fuerte, mis abrazos son violentos, te advierto; te voy a contar que jamás había tenido tan largo el cabello, que tengo tus cachetes y el mismo estilo al fumar, que hoy te hablé por teléfono pero que no estabas, que reviviste, que hice mi tesis en seis meses, que me gusta leer antes de dormir y que a mi también se me ponen rojas las orejas. Que ya me contaron cuando te paraste de cabeza bien borracho para no dejar salir a nadie. Que para que no te odiara, te mataron pero reviviste, reviviste y estamos juntos hoy (ese día, pues) para cerrar cuentas pendientes. Entonces voy a oírte y voy a encontrarme.