domingo, 11 de agosto de 2019

Vete a la verga, mi amor.

Ojalá me muriera para dejar de sentir esta angustia
Ojalá me muriera para ya no estar tan enojada
Porque este enojo me incendia desde adentro, es un incendio que me empieza en la cabeza, cuando recreo una y otra vez la última vez.
Luego me baja al pecho y mi corazón arde, se hincha y me empuja el pecho, se baja al estómago haciéndome un vacío que me provoca ganas de vomitar el amor que te tengo y que no se ni donde poner, ya no tengo a quien dárselo.

Ojalá me muriera para ya no ilusionarme a lo pendejo con todos los planes que maquinábamos cuando el impulso de amarnos nos empujó al precipicio de la pendejada de amor que nos prometimos.

Porque nos prometimos mucho, nos prometimos amor, nos prometimos ser amigos y permanecer en nuestras vidas hasta el final de los tiempos, nos prometimos no irnos, nos prometimos darnos los besos con la misma desesperación de siempre. Eso, nos amamos con mucha desesperación, como si supiéramos que en cuanto empezamos a reconocer nuestro amor, se estaba comenzando a acabar. Se acabó pues o así se siente este domingo de la verga. Ya me habían dicho que cuando se siente demasiado bueno para ser verdad, es porque es demasiado bueno para ser verdad.

A lo mejor es la cuota que hay que pagar, lo he pensado también mil veces, por los domingos que estuvimos desayunando juntos, despertando en la misma cama, uno a la mano del otro, a una brazada de distancia, a tres besos de espacio. Despacio.

Ojalá nunca vuelvas y yo tenga ese pretexto para odiarte.

No es cierto, no es cierto, ojalá vuelvas pero entero y dispuesto a cumplir tus promesas, sino, no lo hagas y vete a la verga de una vez por todas.

Y es más, si no vas a volver, olvídate de tu pantalón bombachito, es la cuota por no cumplir tus promesas. Estas advertido.